El legado de Ildefonso Cerdá transformó el paisaje urbano europeo de una manera que nadie esperaba. Este ingeniero-urbanista nacido en Centelles (hace más de dos siglos) desarrolló un plan que cambió la cara de Barcelona para siempre
La historia comienza cuando Barcelona sufría problemas de sobre-población y malas condiciones de vida; el visionario catalán propuso algo revolucionario — un diseño de cuadrícula con calles amplias y esquinas achaflanadas. Su Plan conocido como “Eixample“ que fue aprobado allá por 1859 incluía estas características principales:
- Calles anchas para mejor circulación
- Esquinas cortadas en ángulo (chaflanes)
- Espacios verdes en cada manzana
- Acceso igualitario a servicios básicos
La influencia de Cerdá se extendió más allá de Barcelona: ciudades como Madrid adaptaron el concepto de ensanche con avenidas espaciosas; París incorporó elementos de planificación similares; Amsterdam desarrolló un sistema de calles estructurado basado en principios parecidos. Incluso Copenhague y Berlín (que hoy son ejemplos de urbanismo moderno) siguieron algunos aspectos de su visión
El diseño original contemplaba jardines centrales en cada bloque — una idea adelantada a su época que priorizaba el bienestar ciudadano. Las manzanas de 113 metros por lado creaban unidades auto-suficientes donde la vida social y comercial podía florecer sin problemas
La genialidad del plan no solo estaba en su diseño físico sino en su visión social: buscaba reducir diferencias entre barrios y asegurar que todos tuvieran acceso a una vida digna. Este enfoque humano-céntrico sigue siendo relevante en el urbanismo actual